Cuando entró en el local, se quedó unos segundos paralizado.Las mesas más próximas a la entrada estaban vacías, tal vez porque el intenso frio reinante en la calle y que se colaba por la puerta, no hacía agradable estar allí. Miró al fondo del local y descubrió una mesa libre a la derecha. Sin prisa, se encaminó hacia ella. Mientras se adentraba en el local, disimuladamente, observó a la gente que ocupaba las mesas vecinas. Una mujer entrada en años, cogía su taza, de lo que parecía café con leche, entre las manos. Daba la impresión de no haberse quitado de encima todavía el frio de la calle. Una pareja, sentados frente a frente, se cogían las manos y se miraban directamente a los ojos con miradas enamoradas. En le lado opuesto a donde el decidió sentarse, un joven estaba concentrado en la lectura de un grueso libro. Una taza de café humeante y un cenicero lleno de colillas apuradas y apagadas eran su única compañía. De pronto, un movimiento brusco en la mesa que queda a su derecha, pegada a él. Una mujer se inclina hacia el centro del pasillo, cortándole el paso. No se ha levantado de la silla, no lo necesita para recoger el pequeño estuche de color rojo que le ha caído al suelo. Él se ha parado. Las piernas le tiemblan ligeramente. Ella alza el objeto rojo asido con su mano derecha. La melena oscura, rizada, salvaje, se derrama sobre su hombro y su espalda. Como a cámara lenta, se incorpora, sin levantarse de la silla, ajena a la presencia que está parada en medio del pasillo. Su rostro empieza a aparecer por debajo de los rizos que van volviendo a su lugar. Sus miradas se encuentran. Sus ojos no parpadean. Ella esboza una tímida sonrisa y al darse cuenta de lo ocurrido, murmura una excusa casi inaudible. Paso libre. Él continúa andando hasta alcanzar la mesa elegida.
El calor del local le recuerda que todavia no se ha quitado el abrigo. Un ligero rubor empieza a cubrir sus mejillas. Esa mujer. Tal vez la ha visto en otro lugar. Esos ojos de mirada penetrante, negros como la noche. Mientras se desabotona el abrigo intenta recordar donde ha visto antes a esa mujer. Ocupa la silla que queda de cara al único acceso al local. Sus prendas de abrigo, perfectamente ordenadas en la silla más próxima a la pared. Consulta su reloj de pulsera, que le informa de que todavía faltan unos veinte minutos para la hora. Demasiado tiempo, demasiados nervios. Piensa que nunca aprenderá. Maldita manía de llegar demasiado pronto, con lo que odia esperar y otra vez esperando sin necesidad.
Una camarera uniformada y sonriente se aproxima a su mesa ofreciéndole algo para tomar. Con el frio en el cuerpo, decide que lo mejor será una bebida bien caliente, que le temple por dentro. Mientras la camarera se retira, saca del bolsillo de su americana un paquete de tabaco. Enciende un cigarrillo, concentrado en la luz de la llama del mechero que ilumina sus manos al prender el cigarrillo. La penumbra del local le dificulta ver con nitidez la puerta. No puede dejar de pensar en la primera vez que la vio. El día que se conocieron. Este mismo bar, hace ya unos 10 años.